CHILE: O DECIDE O LO DECIDEN.
LA INFLUENCIA DE CHINA Y ESTADOS UNIDOS EN EL CORTO Y MEDIANO PLAZO EN CHILE.
Chile frente a dos dilemas: la lección de Melos y la amenaza cósmica que ninguna neutralidad resuelve.
Chile se encuentra hoy ante una disputa geopolítica que ya dejó de ser abstracta: China redefine su estrategia para América Latina, Estados Unidos reafirma su influencia hemisférica bajo el liderazgo de Trump, y ambas potencias avanzan sin disimulo en un tablero que nos incluye, querámoslo o no. Frente a esto, lo preocupante no es que las potencias tengan planes para Chile; lo preocupante es que Chile no tiene un plan para las potencias. La política exterior cambia cada cuatro años, sin continuidad, sin visión estratégica y, en demasiados casos, reducida a gestos tácticos y declaraciones pasajeras.
La frase del embajador chino —“no importa si el gobierno viene del lado izquierdo o del lado derecho”— resume con precisión la mirada pragmática de Beijing: Chile es un mercado, un socio logístico, una fuente de minerales estratégicos. Punto. China no vota en nuestras elecciones pero sí invierte, construye y adquiere influencia silenciosa pero persistente. Estados Unidos, en cambio, observa con atención el color político del continente. Su enfoque se mueve desde la seguridad hemisférica, la contención del narcotráfico y el equilibrio político regional. Dos lenguajes distintos, dos aproximaciones distintas, pero ambos profundamente relevantes para Chile.
En este escenario, Chile insiste en declararse “neutral”, un concepto que en un mundo ordenado podría parecer razonable, pero que en el mundo actual suena más bien a ingenuidad. La historia ofrece ejemplos claros, y uno de ellos —quizás el más emblemático— es el diálogo entre Atenas y Melos narrado por Tucídides. Melos intentó ser neutral en un conflicto que no admitía neutralidades. Atenas le advirtió que en política internacional no manda la justicia, sino la capacidad real de sostenerla. Melos se mantuvo firme. Atenas no tuvo piedad. El resultado fue devastador.
No se trata de justificar las acciones de los fuertes, sino de recordar que la neutralidad, cuando las potencias deciden disputar influencia, se paga. Y tarde o temprano, alguien cobra la cuenta.
Algunos dirán que ese es un ejemplo antiguo, que hoy vivimos en un mundo distinto. Sin embargo, basta empujar el argumento hacia un escenario hipotético —pero no imposible— para entender la fragilidad de la neutralidad. Si mañana un asteroide del tamaño suficiente para destruir un continente apuntara hacia América del Sur, ¿a quién recurriría Chile para pedir ayuda tecnológica y militar capaz de neutralizarlo? ¿A Europa, que no tiene ese tipo de sistemas? ¿A China, que jamás ha demostrado una capacidad planetaria de defensa estratégica? ¿A Rusia, con quien ni siquiera mantenemos relaciones diplomáticas? ¿O a Estados Unidos, la única nación que ha desarrollado, probado y utilizado tecnologías de intercepción fuera de la atmósfera?
Es una pregunta incómoda, pero realista. En política internacional los favores no son gratis. Si el día de mañana dependemos de otro país para evitar nuestra destrucción física, ¿cuál será el costo político, diplomático o estratégico de ese “favor concedido”? Y más importante aún: ¿estamos preparados para asumirlo?
Esta no es ciencia ficción. Es realpolitik pura, aplicada a un país que vive convencido de que puede mantenerse al margen del mundo mientras el mundo se reorganiza a su alrededor. China busca asegurar rutas, puertos, recursos y estabilidad. Estados Unidos busca asegurar influencia política, equilibrio estratégico y continuidad hemisférica. Ambos saben lo que quieren. Ambos actúan con visión a largo plazo.
Chile, en cambio, actúa como si bastara con declarar autonomía y no molestar a nadie. La neutralidad puede ser cómoda, incluso elegante, pero la realidad es que solo es sostenible cuando se tiene el poder para hacerla respetar. No es el caso de un país pequeño, con recursos estratégicos, con puertos clave en el Pacífico y ubicado exactamente en una zona donde las potencias están incrementando su presencia e intereses.
La tesis que Arturo Contreras Polgati plantea en Estrategia y Soberanía encaja perfectamente aquí: la soberanía no es un discurso; es la capacidad real de decidir sin que otros decidan por uno. Esa capacidad, hoy, depende tanto de nuestra cohesión interna como de nuestra capacidad de elegir alianzas que nos permitan sobrevivir en un mundo que ya no admite espectadores.
En el corto plazo, Chile seguirá siendo cortejado por China y Estados Unidos. En el mediano, tendrá que tomar decisiones que dejarán atrás la ficción de la neutralidad. No decidir también es una decisión, pero una que suele beneficiar a quienes sí tienen un proyecto claro. Las potencias ya hicieron su jugada.
La pregunta es si Chile seguirá apostando a la neutralidad de Melos —esa neutralidad que siempre termina pagando con intereses— o si, de una vez por todas, asumirá que en un mundo donde incluso un asteroide requiere aliados, no basta con declararse neutral: hay que saber con quién se está, por qué y para qué.

Comentarios
Publicar un comentario